Almoradí, agosto de 1903. Un pueblo tranquilo y bonito, en el que todo el mundo paseaba por la plaza de la Constitución, en aquel entonces llamada Alfonso XIII y conocida como “el paseo” por los vecinos. La Iglesia de San Andrés ubicada en el mismo era un templo bastante amplio, que solo tenía un campanario en el lado izquierdo del tejado en aquella época. El edificio, viejo, casi destrozado, parecía venirse abajo, y ese mismo año se tuvieron que reforzar los muros laterales.
La plaza de Alfonso XIII estaba elevada respecto al resto del pueblo y poblada por un gran arbolado. Las farolas eran de petróleo. Cerca del paseo se hallaba el Teatro Cortés, un edificio grande y atractivo, pero todavía no había abierto al público, y no lo haría hasta 1908.
Todos en el pueblo se conocían y confiaban en sus vecinos. Algunos niños iban a la escuela entre semana, de lunes a sábado. Los domingos todos iban a la iglesia y después se quedaban en el paseo un rato. Adultos charlando, ancianas chismorreando, y niños y adolescentes jugando. Todos, excepto un niño llamado Francisco. Éste se pasaba los días encerrado en casa, sus padres salían a pasear y lo dejaban solo, pues ya estaban acostumbrados a las respuestas hostiles de su hijo al ofrecerle salir. -Francisco, hijo, tienes que hacer los deberes de la escuela − Dijo su madre.
-Ya voy madre − Contestó éste frunciendo el ceño.
Francisco se sentó en su mesa para hacer la tarea. Cogió pluma y papel, y se disponía a hacer sus deberes cuando de repente apareció Paco:
-No hagas los deberes, no necesitas hacerlos.
- Calla, Paco, déjame tranquilo, quiero hacerlos.
- Vamos, ambos sabemos que no los vas a hacer, no quieres, es perder el tiempo. Salgamos a la calle.
- No me gusta la calle, me quedaré en casa como siempre y haré mis tareas. ¡Cállate ya, fuera de mi vista, lárgate vamos!
La madre de Francisco oyó los gritos y asustada entró al cuarto de su hijo. Allí no había nadie más que él.
- Francisco, hijo, ¿con quién discutías? ¿Por qué gritabas?
- No te incumbe, madre, será mejor que te marches y me dejes solo. ¡Fuera todos de mi habitación!
La madre asustada salió de allí y habló seriamente con el padre. Pero no era la primera vez que el hombre había escuchado a su hijo hablando solo. En otras ocasiones, no había querido decir nada a nadie. Pero había llegado a pensar incluso en el internamiento en un manicomio. La mujer se enfadó al enterarse de que el marido había tomado una decisión de tal calibre, sin siquiera consultar con ella. Mantuvieron una larga conversación y al final, llegaron a la conclusión de que, lo mejor era internar al hijo...
Francisco escuchó gran parte de la conversación y Paco volvió a aparecer:
- Francisco, te van a encerrar con los locos, debemos marcharnos de aquí, pues las únicas personas a las que quieres y soportas te han traicionado − Éste, asustado y enojado, escapó de su casa por la noche mientras los padres dormían.
Caminó largo rato hasta llegar al puente de piedra construido tras la guerra de sucesión, y del que, sorprendentemente, aún podemos encontrar restos, pues fue de las pocas construcciones que aguantó el terremoto de 1829, aunque hubo que rehacerlo casi por completo en diferentes ocasiones.
Francisco se cobijó en una cabaña junto al puente y se pasó toda la noche pensando qué hacer con su vida y hablando (o discutiendo) con Paco. Hasta que en un momento dado apareció alguien nuevo para él; era una mujer de cabellos rojos como el fuego, se llamaba Consuelo. Ella le preguntó por qué estaba allí solo y se le ocurrió una idea para ayudarle, solamente tenía que escucharla, hacerle caso y así no sólo cambiaría su vida, sino también la de todos los habitantes del pueblo.
2 de Agosto de 1903. Semana de feria en Almoradí. Se celebraba una carrera de cintas en la calle Mayor. Todo el pueblo estaba entusiasmado, pues la feria era uno de los pocos entretenimientos que había en aquella época. Así que, cuando se celebraba, nadie se lo quería perder.
Justo cuando se estaban ultimando los preparativos para la carrera, que iba a dar comienzo en la calle Mayor, se escucharon gritos que provenían de la calle contigua.
Al alzar la vista hacia el cielo se distinguía perfectamente una gran columna de humo. El alboroto fue general y rápidamente las campanas de la iglesia comenzaron a tocar a arrebato para avisar del peligro, por lo que toda la gente que estaba en la fiesta, se dirigió hasta la vivienda en llamas.
Todos se escandalizaron al ver a un niño de quince años junto al fuego, con una pistola en la mano y dos guardias civiles heridos, uno de ellos agonizando. No se atrevían a intentar apagar el fuego por miedo a que el chico les disparase.
-Francisco, cariño, ¿qué has hecho? − Dijo la madre al verlo.
- ¡Madre! Yo… yo no sé qué hago aquí, no he hecho nada. Consuelo convenció a Paco para cometer el delito y él... No pude hacer nada al respecto.
- No, hijo, aquí no hay ninguna mujer y ese tal Paco no existe.
La mayoría de la gente empezó a gritar acusando al niño de estar poseído por el demonio o embrujado.
-Os equivocáis, Consuelo fue también la responsable del incendio en 1864 − La gente empezó a murmurar, pues él aun no había nacido, con lo que era imposible que supiera algo al respecto − Consuelo provocó aquel incendio y desapareció sin dejar rastro, ahora ha vuelto y ha disparado a los agentes y originado este incendio. No os acerquéis. No soy culpable − Dijo él, temblándole la voz y apuntando con la pistola a la multitud.
- Cielo, deja el arma en el suelo, esa tal Consuelo no existe, tú lo hiciste.
A Francisco empezó a dolerle la cabeza, comenzó a sudar y Paco apareció.
- Francisco, no huyas, ambos sabemos lo que has hecho.
- Hijo ¿por qué hablas así? ¿Qué te ocurre? Por favor, deja que te lleve al médico para que te cure.
- Tienes razón madre, soy un peligro para ti y para todo el pueblo, no me queda más remedio que…
Francisco se apuntó con la pistola en la cabeza, pensaba quitarse la vida delante de todos. Francisco se disponía a dispararse cuando “Paco” controló su brazo izquierdo y apartó la pistola de su cabeza con fuerza. Esta se disparó y la bala atravesó el estómago de su madre. El arma cayó al suelo, y Francisco contempló con tristeza el cuerpo de su madre desangrándose en el suelo.
En ese momento alguien recogió la pistola y apuntó a Francisco. Era su padre:
-Hijo, no puedes seguir vivo después de lo que has hecho, eres un peligro para todos y es preferible la muerte a encerrarte en un centro para locos. Perdóname hijo, te quiero − Le disparó por la espalda y lo atravesó.
Francisco cayó al suelo muerto, y su padre fue llevado a los calabozos de Almoradí y fue condenado a muerte.
Algunos vecinos comprendían al padre. Pensaban que era mejor la muerte que el encierro. Almoradí volvió a ser un pueblo tranquilo, todos volvieron a sus vidas cotidianas, olvidando que había personas con problemas mentales. Muchos siguieron pensando que esas personas eran demonios o que habían sido poseídos. Les temían y repudiaban. La mayoría pensaba que estaban mejor muertos, pues en esa época no existía mejor solución para ellos. Los manicomios eran lugares espeluznantes…
Yune Evans
No hay comentarios:
Publicar un comentario