Era de
noche, una luna llena brillaba en lo alto del cielo. Paseaba por una calle
vacía, de camino a casa de una amiga. Cuando llegué, todo estaba extraño. Sabía
que era la misma casa pero todo había cambiado…
Entré y como
sospechaba la casa estaba cambiada también por dentro, tenia estanterías llenas
de videojuegos, un pasillo bastante más largo de lo que recordaba y mas
habitaciones. Nos sentamos a jugar a un videojuego de terror, una mansión llena
de fantasmas de los que teníamos que huir y matar a los que pudiéramos. De repente escuchamos un sonido lejano.
Nos asustamos, pues sabíamos que ese ruido no venía del televisor. Nos
miramos con miedo y luego reímos pensando que serían imaginaciones
nuestras y continuamos jugando. Al poco
rato volvimos a escuchar un ruido, entonces pausamos el juego y nos quedamos un
rato en silencio. Justo cuando yo iba a quitar el juego volvió a sonar un ruido
más fuerte que los dos anteriores, ambas nos levantamos del sofá y miramos en
la dirección de donde provenía aquel sonido. Vimos una sombra en la pared y
en un instante vimos la figura de un hombre anciano, “¡acababa de atravesar la pared”!
Nosotras
corrimos por todo el pasillo pero por más que corriésemos el siempre estaba
cerca, parecía como si nosotras no avanzásemos y el siempre estuviera en el
mismo sitio.
Cruzamos la
puerta del recibidor. La cerré y me
quede sujetándola, dejando al fantasma justo detrás. En ese momento lo vi, era un hombre mayor, de
aspecto demacrado. No entendía como un fantasma no podía atravesar
la puerta. Tal vez porque yo la sostenía.
Por fin mi
amiga consiguió abrir la puerta de la entrada. Corrimos
todo lo que pudimos y ya una vez fuera
nos encontramos a un guarda y yo paré y pedí ayuda explicándole que un
fantasma nos perseguía.
“Si hombre,
otra vez me vienes con esas…” – contestó.
En ese
momento recordé que ya lo había visto en otra parte y le había dicho algo
parecido. Me quedé mirándolo con cara de susto y con rabia de que no me creyera
y le dije que era cierto. Mi amiga me
llamó: “¡no pierdas el tiempo vámonos corre!” Entonces yo la seguí y llegamos a
una pinada, había cuestas y las subimos para escondernos, aunque lo cierto es
que no era el mejor sitio para esconderse de un fantasma pero algo nos hizo
correr hasta allí.
Al final de
la cuesta había un pozo y alrededor había cabezas petrificadas de personas con
gestos de sufrimiento. Cerca del
pozo había una escalera y al final de
ella una pelota pequeña, nosotras bajamos para cogerla, pero al lado había una
puerta y de repente unas manos nos cogieron y nos hicieron cruzarla. Allí se
hallaban también los primos de mi amiga acorralados como nosotras dos ahora.
Estábamos rodeadas de unos monstruitos que parecían duendes. Conseguimos
escabullirnos y corrimos hasta que encontramos una vieja
casita de madera. Al entrar mi amiga se quedó mirando la casa y dijo: “yo he
soñado con esto, ahora vendrá un anciano que nos ayudará a salir de aquí, no os
preocupéis”.
Entonces
vimos una mano que le dio al interruptor de la luz para encenderla, era el
anciano que lo había escuchado. “¿eso crees?”. Dijo.
“o no...” – respondió mi amiga que se quedó
helada de miedo
Al final
resultó que el anciano sí que era bueno y nos quiso ayudar a salir de aquel
lugar. En esa casa se hallaban los objetos más preciados de cuando éramos
pequeños y cada uno tenía un poder. Los primos
de mi amiga hicieron aparecer una canoa para cuatro personas y cuatro remos, mi
amiga hizo un lago desde la cabaña hasta la puerta junto al pozo. Y yo pude crear un campo de fuerza que impedía a
los duendes acercársenos.
Llegamos al otro lado, subimos las escaleras y nos
dirigimos al piso de mi amiga para refugiarnos. Una vez allí recordé que al principio
estábamos huyendo de lo que había en él, pero esta vez estaba tal y como yo lo
había recordado. Todo estaba en orden, parecía un sueño. En ese momento los primos de mi amiga nos despertaron a ella
y a mí. Lo más curioso es que mi amiga y yo habíamos estado en dos sueños, el
primero era mío y el otro suyo. Sus primos también habían soñado el de la
pinada. ¿Eran sueños conectados?
Fin.
Yune Evans
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